lunes, 26 de agosto de 2013

Conaprole de Trouville

Conaprole de Pocitos

 Soy de la generación Colet. De la primera generación Colet, cuando el Colet venía en botella de vidrio. Y más rica. Y cuando la Conaprole tenía cafés en varios lugares de Montevideo: Centro, Carrasco y Pocitos. El Colet murió y reencarnó en cajitas con pajitas. Las tiendas murieron una muerte lenta y por ahora no hay Cristo que los resucite. El último velorio fue el de la sucursal de Pocitos frente a Trouville. Cerró sus puertas en el 2011 y solo quedan los recuerdos y las nostalgias. Así que para celebrar el fin de semana de la Nostalgia, me puse a escribir este post y recordar los dulces momentos que pasé en la Conaprole.

Me gustaba ir de vez en cuando a tomar la merienda a la salida del colegio. Ya se sabía que pediría: un colet con una roseta. Cuando la máquina de rosetas se rompió y ya no las hicieron más, fueron sustituidas por un yo-yo. Décadas pasaron, maduré, fui a la universidad y decir que uno iba a la Conaprole era tan vergonzoso como decir que a uno le gustaba el tango. Sin embargo, siempre me las ingenié para ir a la Conaprole de vez en cuando, y de incógnito, a tomarme un milkshake de chocolate porque el Colet también había desaparecido.

Conaprole de PocitosLuego vino mi emigración a tierras donde la gente nunca había oído hablar de la Conaprole. Cuando le decía a mis amigos latinos que el más rico era el dulce de leche Conaprole, me preguntaban “¿y qué es aprole?”. Así que cuando volví a Montevideo y la gente me preguntaba a dónde quería ir, yo contestaba “a la Conaprole”. Las miradas de horror de los montevideanos me daba la pauta de que tendría que ir sola una vez más. Y así cumplía mi peregrinación anual al templo lácteo de la rambla a tomarme mi milkshake acompañado con un yo-yo.

Mi última visita fue en el 2010. Cuando regresé a Montevideo pensé que ahora que vivía acá, tendría tiempo para ir innumerables veces. Los agujeros en los manteles, el salón vacío, y las canas en las sienes del fiel mozo que me atendió por décadas, no fueron señales suficientes para sacarme de mi negación. La Conaprole de Trouville estaba agonizando y yo no fui a despedirme de ella. Un día, sin que yo lo notara de antemano, cerraron sus puertas. Y yo quedé con mi nostalgia y una pobre foto de mi dúo favorito.

Algún día, la noche de la nostalgia, debería incluir reabrir la Conaprole. Aunque sea por una noche, y tomaré colet en sus vasos altos acompañados de cucharas altas de añejas platerías. La música es opcional. 

Conaprole de Pocitos


Última consumición: un milkshake de chocolate y un yo-yo

Conaprole de Trouville
Rambla y Solano Antuña



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2 comentarios:

  1. He leido este cuento y me quede como puedo decir, impresionado. Yo pensaba de ser el unico a penar esas mismas cosas. Veo que asì no es y siento con el permiso de la palabra "orgullo". Orgulla en no tener verguenza de admitir la nostalgia que uno tiene, yo por supuesto. Me gustarìa saber como se llama la persona que escribiò. Hizo lo que quierì escribir yo y lo agradesco. Alessanro

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  2. Salgo a caminar por la rambla, desde Br. España hasta Br. Artigas, y no la encuentro a Conaprole;pienso " estaré tan equivocado ?, no estoy seguro de la esquina pero si que era por este tramo de la rambla. Solíamos venir casi todos los domingos desde Las Piedras, donde viviamos, cuando nuestras hijas eran chicas , en compañia de Nestor y Raquel y Anaclara, su hija y nuestra ahijada. Era época de colet, claro, y " vacas gordas"; biscochos, rosetitas, bañomaria para las mamaderas de las mas pequeñas y hasta los termos de agua caliente para nuestro mate amargo; y todo en " total cordialidad ". Como tantas otras cosas, se la llevo el " progreso "

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