Soy de la
generación Colet. De la primera generación Colet, cuando el Colet venía en
botella de vidrio. Y más rica. Y cuando la Conaprole tenía cafés en varios
lugares de Montevideo: Centro, Carrasco y Pocitos. El Colet murió y reencarnó
en cajitas con pajitas. Las tiendas murieron una muerte lenta y por ahora no
hay Cristo que los resucite. El último velorio fue el de la sucursal de Pocitos
frente a Trouville. Cerró sus puertas en el 2011 y solo quedan los recuerdos y
las nostalgias. Así que para celebrar el fin de semana de la Nostalgia, me puse
a escribir este post y recordar los dulces momentos que pasé en la Conaprole.
Me gustaba ir de
vez en cuando a tomar la merienda a la salida del colegio. Ya se sabía que
pediría: un colet con una roseta. Cuando la máquina de rosetas se rompió y ya
no las hicieron más, fueron sustituidas por un yo-yo. Décadas pasaron, maduré,
fui a la universidad y decir que uno iba a la Conaprole era tan vergonzoso como
decir que a uno le gustaba el tango. Sin embargo, siempre me las ingenié para
ir a la Conaprole de vez en cuando, y de incógnito, a tomarme un milkshake de
chocolate porque el Colet también había desaparecido.
Luego vino mi
emigración a tierras donde la gente nunca había oído hablar de la Conaprole.
Cuando le decía a mis amigos latinos que el más rico era el dulce de leche
Conaprole, me preguntaban “¿y qué es aprole?”. Así que cuando volví a
Montevideo y la gente me preguntaba a dónde quería ir, yo contestaba “a la
Conaprole”. Las miradas de horror de los montevideanos me daba la pauta de que
tendría que ir sola una vez más. Y así cumplía mi peregrinación anual al templo
lácteo de la rambla a tomarme mi milkshake acompañado con un yo-yo.
Mi última visita
fue en el 2010. Cuando regresé a Montevideo pensé que ahora que vivía acá,
tendría tiempo para ir innumerables veces. Los agujeros en los manteles, el
salón vacío, y las canas en las sienes del fiel mozo que me atendió por
décadas, no fueron señales suficientes para sacarme de mi negación. La
Conaprole de Trouville estaba agonizando y yo no fui a despedirme de ella. Un
día, sin que yo lo notara de antemano, cerraron sus puertas. Y yo quedé con mi
nostalgia y una pobre foto de mi dúo favorito.
Algún día, la
noche de la nostalgia, debería incluir reabrir la Conaprole. Aunque sea por una
noche, y tomaré colet en sus vasos altos acompañados de cucharas altas de
añejas platerías. La música es opcional.
Última consumición: un milkshake de chocolate y un yo-yo
Conaprole de
Trouville
Rambla y Solano
Antuña
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